martes, 22 de febrero de 2011

Tu rostro mañana

Fueron aquellas palabras que dejaste caer como si nada las que me pusieron en guardia, o las que empezaron a retraerme. Tu reacción fue decepcionante, y hube de preguntarme si no me había equivocado contigo; pero eso era haberme equivocado durante demasiado tiempo, luego quizá habías cambiado. No aguanté aquellos reproches, tan insistentes e injustos que pensé si no eran solo un pretexto tuyo, el modo mejor de enfriarme; y en verdad me quedé helada. Sí, solemos saber cuando algo se tuerce o se rompe o cansa. Pero esperamos siempre que se enderece o se suelde o nos recupere (por sí solo a veces, como por arte de magia) y que ese saber no se confirme; o si notamos que la cosa es aún más simple, que algo de nosotros fastidia o desagrada, nos hacemos voluntariosos propósitos para enmendarnos. Son teóricos e incrédulos, sin embargo, esos propósitos. En realidad sabemos que no seremos capaces, o que ya nada depende de lo que hagamos, ni de que nos abstengamos. Es la misma sensación que los antiguos tenían cuando a sus labios o a sus pensamientos acudía esa expresión que nuestro tiempo ha olvidado, o más bien ha rechazado, y se lo reconocían: ''La suerte está echada''. Y aunque la frase esté casi abolida, esa sensación persiste. ''Ya no hay vuelta de hoja'', eso sí me lo digo yo a veces.


No hay comentarios:

Publicar un comentario